sábado, 27 de marzo de 2010
Cocinitas con un tarro de judías
Y oye, sólo hay que verme, con el tarro a mi lado. Cocinera profesional.
sábado, 13 de marzo de 2010
Mar Cantábrico
La escaleras parecían interminables aquella mañana. Costaba caminar, la escalinata se hacía dura, y me hubiera gustado saber qué era eso que tanto me llamaba del otro lado. Sin saberlo muy bien, seguí subiendo.
Hasta que alcancé la meta, y lo descubrí. Descubrí el brillo, la vista, el color. ¡Cuánto cambia todo desde otro punto de vista! La infinidad del mar, la eternidad del cielo que se aleja hasta un punto indefinido, fundiéndose con el horizonte marino.
Quien sabe si debía llegar hasta ahí, quizás me lo tramé yo misma. Pero ese día todo era diferente, ya no se veía el mismo paisaje monótono, ya no se contemplaba la columna de desencantos que tantos y tantos días había pasado por mis ojos.
Concluyó, así, mi escalada, con una fuerte impresión final que me dejó sin palabras. Cuando aún estaba dentro de otro proyecto, surgieron estas ganas de subir, de observar qué narices me gritaba tan fuerte desde arriba. Y este mar no es famoso, no es conocido. No es un Mediterráneo azul y plácido. Es un Cantábrico profundo, potente, grande y fuerte. Sus olas se estrellan contra las rocas, quieren llevar la contraria y parecen nunca cansarse de empujar. Se construyen rompeolas, se amplían los muros, y aún así… De vez en cuando se venga y saltan chispas, las olas de varios metros salen en las noticias, y el corazón de aquellos que lo observan día a día tiembla.
Mi camino de repente cambió para llegar hasta aquí arriba. Casi sin esperarlo, casi sin sospechar cuánto realmente lo necesitaba. Y todavía hoy, me tiene hipnotizada.