martes, 28 de mayo de 2013

La quesería suiza

Acabo de recordar, así, de repente, una de las experiencias más surrealistas que he vivido en mi vida. Y os la cuento aquí, por si a alguien le apetece escuchar una historia curiosa. 

Este verano pasado fuimos a un campamento en Suiza, y una de las cosas que hicimos fue visitar una Quesería auténtica, en mitad de la montaña y prácticamente inaccesible a no ser que se tengan unas buenas piernas. 
Para llegar al sitio en cuestión hacían falta unas varias horas de caminata, así que emprendimos la marcha como a las 6:30 de la mañana, si no recuerdo mal. Para empezar bien, ese día llovía bastante, y con la niebla matutina, os aseguro que tuve grandes tentaciones de "desaparecer misteriosamente" y quedarme durmiendo en la tienda. 
A pesar de eso, nos pusimos el chubasquero y empezamos a andar intentando ser felices y contentos. Yo no hacía una marcha decente desde hacía un montón de años (si es que a eso se le puede llamar marcha), y de verdad, me costó mucho. Al principio era llano, pero después hubo que subir andando por un sendero estrechísimo, más vertical que otra cosa, que tenía escalones de madera incrustados en el barro para que pudieses subir mejor (sólo los suizos se dedican a poner escalones por la montaña). Mis pies iban nadando dentro de las botas de lo mojados que estaban, y la niebla no se iba...
Hubo un par de momentos que me enfadé mucho y me quise plantar. Pero no sé, seguimos caminando (supongo que no era para tanto), y al final, llegamos a la Quesería.
El sitio en cuestión era inaccesible para cualquier vehículo, y aún así, ahí vivía una señora con su familia ordeñando vacas. Creo que coincidiré con todos si afirmo que estábamos hasta las narices y muertos de frío, pero ATENCIÓN, no llegaban a las 10 de la mañana, que era cuando la santa señora abría su chiringuito, así que, sí, nos dejó fuera, mientras llovía y no sé qué temperatura haría, rodeados de caca de vaca, hasta que a las 10 le dio por abrir.
Era una casa muy pequeñita, pero acogedora :) Nos sirvió varias tablas de quesos y leche recién ordeñada que me supo a gloria. Los que pudimos, nos cambiamos los calcetines y nos pusimos otros secos. La señora sólo hablaba alemán, así que menos mal que íbamos con Carlos, Edi y Sergio. Gracias a ellos pudimos entender el SEÑOR PRECIO que nos puso a los quesos y la leche.
No recuerdo cuánto era, pero sí la cara de susto que se nos quedó a todos. Menos mal que Bea llevaba el dinero en cuestión, porque me parece que no contábamos con eso, y no sé qué hubiera sido de nosotros. A lo mejor hubiéramos sido el próximo objetivo del ordeñamiento de la abuelita suiza.

En fin. Que no sé, me acuerdo ahora, en frente del ordenador en una casa en el mediterráneo, y pienso que sacado de contexto es una de las cosas más raras que me han pasado nunca.
Pero también una de las más bonitas :)







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