lunes, 23 de noviembre de 2009

El espíritu

Hace tiempo que escribí por algún sitio una pregunta retórica, sobre cuál sería mi decantación definitiva. ¿Racionalismo o sentimentalismo?
Nietzche hacía un análisis sobre la sociedad griega, y estudiaba por qué fue tan brillante, por qué hoy en día sigue siendo un ejemplo de sociedad modelo. Y llegó a la conclusión de que era por encarnar una armonía perfecta entre el espíritu dionisíaco y anopolineo. Apolo, dios del sol, representaba la luz, el equilibrio, la proporción y lo determinado. En cambio, Dionisio era el dios del vino, de lo bohemio, del éxtasis, de lo irracional. Ambos representaban el arte, pero no la misma forma de entenderlo.
Y al igual que la cultura clásica supo combinar los dos espíritus, una persona ha de saber también crear esa simbiosis.
Ahí es cuando alcanza la verdadera plenitud.

La obsesión por el orden mata la vida. Pero el que no sabe asumir responsabilidades no es libre, depende de los demás.

Y así es como me describiría a mí misma. No hay más que entrar en mi habitación para darse cuenta de que hay una parte dionisia muy importante en mí. Pero también sé cuándo tengo que sacar mi parte apolinea y crear orden y armonía, poner límites. No siempre hago lo que querría hacer, es cierto, pero también sé escapar de vez en cuando. Hacer siempre lo que se quiere no es bueno, pero hacer en todo momento lo que se debe tampoco es sano.






martes, 17 de noviembre de 2009

Por qué amo Madrid.

Con su boina calada, con sus guantes de seda.
Su sirena varada, sus fiestas de guardar.
Su "vuelva usted mañana", su "sálvese quien pueda".

Su partidita de mus, su fulanita de tal.
Con su "todo es ahora", Con Su "Nada es Eterno",
Aunque muera el verano y tenga prisa el invierno,
La primavera sabe que la espero en Madrid.

Con su hoguera de nieve, su verbena y su duelo,
Su dieciocho de Julio, su catorce de Abril.
A mitad de camino entre el infierno y el cielo...
Yo me bajo en Atocha, Yo me quedo en Madrid.

Porque siempre hay un tren que desemboca en Madrid.

Ciudad utópica.

No sé si existe o no de verdad, esa parte de la metrópolis que tanto me gusta.
Entre gente apresurada, calles estrechas y farolas naranjas, se desenvuelve un espíritu, una esencia especial que suele estar más entre semana, cuando la gente está envuelta en su rutina.

De las ciudades me gusta una parte distina a lo habitual. Escarbando entre la gente agobiada y borde con ese característico tono español de dejadez, a veces hay una parte bohemia que se esconde en los bajos de los edificios, una subcultura y un gusto que, si buscas bien, quizás encuentres.

La ciudad utópica. El espíritu nocturno. Está en Valencia, que cada vez conozco y quiero más. A pesar de todo lo que me haya podido quejar de ella, es acojedora, tiene esa parte encantadora que me gusta de las ciudades y no es demasiado estresante. Además cada vez archivo más recuerdos entrañables aquí, en Valencia.
Pero también y sobre todo está en Madrid, en mi Madrid.